Aziza –nombre falso- es solicitante de asilo lesbiana y vive en Galicia desde hace un año, alejada de los momentos convulsos que vivió en Irán, su tierra natal, donde fue condenada a 74 latigazos por besar a otra mujer. A partir de este episodio nada volvió a ser lo mismo: se vio obligada a huir de su país para empezar una segunda oportunidad de vida alejada de la dictadura ayatolá. Esta es una de las tantas historias que vive el colectivo LGTBI en el régimen iraní, donde los gays y lesbianas son castigadas hasta con la muerte. Este Día de la Visibilidad Lésbica Aziza cuenta su testimonio para denunciar los castigos que sufren las lesbianas en países como el suyo.

Durante el confinamiento esta mujer de 27 años, aficionada a la escalada –donde ha encontrado parte de sus actuales amistades LGTBI-, aprovecha el tiempo para leer, ya que en su día era imposible disponer de “información de todo tipo” por la censura directa que se aplica a todos los niveles en Irán, donde la homosexualidad es ilegal.

Si sorprenden a dos hombres besarse o mantener relaciones sexuales se les castiga con cárcel la primera vez, mientras que en la segunda los asesinan. En el caso de las mujeres lesbianas la primera vez son sometidas a 74 latigazos, después se les castiga con penas de cárcel y a la tercera son asesinadas.

Aziza sitúa su relato en tiempos del mandato del expresidente Mahmud Ahmedineyad, un momento en el que parecía que se iba a “gozar” de una mayor apertura hacia Occidente. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. “En Irán si la policía sorprende a una mujer con otra mujer, te abren un expediente sancionador y, de repetirse dos veces más, te cuelgan. Si dices que eres atea -o que no crees en Dios- te matan”, respira hondo al recordar cómo sucedió todo.

 “Las fiestas, bailar, o vestir diferente es ilegal”

Aziza cuenta con el apoyo de su padre, que se mueve en un círculo intelectual y aperturista en comparación con el resto de la sociedad iraní. De hecho, tiene familiares en Estados Unidos, lo que ha supuesto tener curiosidades desde bien pequeña en saber cómo se vivía fuera de la dictadura.

 “Empecé a descubrir que me gustaban las chicas siendo una adolescente… Con 12 o 13 años. No sabía ni siquiera lo que significaba ser lesbiana entonces, porque no existe allí un término como tal para referirse a las mujeres que aman a otras mujeres. Nadie habla de ello porque es un tema tabú. Pude ponerle la palabra a lo que sentía cuando huí del país”, revela.

No obstante, una noche fue invitada a una fiesta “ilegal” clandestina, a escondidas de las autoridades, que solían irrumpir y cargar duramente contra los asistentes cuando recibían avisos de los vecinos. “Empecé a besarme con una chica cuando entró la policía de la moral para detenernos. Me vieron con alcohol, con la chica…”, ahí empezó su martirio personal.

 “Te cuelgan… Esa noche me sorprendieron con otra chica. Me castigaron con 74 latigazos… Como era menor de edad –contaba con 17 años- me anestesiaron para no sentir tanto dolor”. Se produce un silencio porque ha vuelto a revivir un episodio que creía superado. Sigue contando que después de ese maltrato, del que muchas mujeres no sobreviven, estuvo encerrada en un psiquiátrico mental durante dos semanas.

Una práctica desgraciadamente muy habitual que usa el Gobierno iraní para reprimir a todo el que siente y piense distintos de las líneas oficiales de la sharia –ley islámica-. Allí fue donde Aziza se sometió a una serie de terapias diarias de “psicológos, psiquiátricos y trabajadores sociales” que le intentaban “curar” su lesbianismo.

“Mientras estuve internada veía a mi padre apenas 20 minutos al día. Un día me dijo que les mintiera y dijera a los ‘médicos’- de dudosa profesionalidad- que Dios me había perdonado y me había enseñado el camino correcto: sentir amor por los hombres”. Sin embargo, en esas dos semanas dudó sobre cómo gestionar ese proceso que era una mentira para sobrevivir.

“Tuve que decirlo porque me enfrentaba a al asesinato. Y no sólo por eso, no puedes ni siquiera asistir a ninguna manifestación contraria a las líneas ideológicas del régimen. Los que se han manifestado están muertos o en las cárceles”. De hecho, conocido es el caso del cineasta Jaffar Panahi, al que se le aplicó la censura cultural –silencio creativo durante 25 años- por asistir a manifestaciones abiertamente contrarias al régimen y por reflejar en sus películas la realidad del ahogo a la que está sometida la sociedad iraní.

De hecho, en los últimos años se ha avivado la polémica con organizaciones internacionales que denuncian de forma los contínuos abusos y asesinatos que lleva a cabo el país ante personas que se oponen al régimen islámico chiíta o que forman parte del colectivo LGTBI.

A los 20 años dejó atrás esta pesadilla y se fue a estudiar a Polonia, donde hizo “muchos amigos”, pero ninguno LGTBI. Todo ello después de que intentara tener una segunda oportunidad alejada de su persecución en una universidad cercana a Teherán. No pudo. En el primer cuatrimestre le informaron que no podía volver a pisar las clases por no vestir acorde con el código oficial. Todo de negro y con yihab que les cubra el cabello –enseñarlo es ilegal-.

 Fue en Tenerife donde conoció “desde el primer día” gente que todavía sigue estando en su vida. Hoy puede escalar y hablar de sus sentimientos con la tranquilidad de que no va a ser asesinada por ello. Le preocupa su hermana, quien sigue en Irán y quien se ha empezado a replantear su orientación sexual en un país donde se silencia con la muerte el ser y sentir diferente, y que no le acepten finalmente su solicitud de asilo.

Desde Kifkif trabajamos a diario con historias parecidas a las de Aziza para darles asesoramiento y atención, y en definitiva, mejorar sus calidades de vida. En la actualidad recibimos peticiones de cientos de personas que viven alguno de los 72 países que todavía siguen acosando al colectivo LGTBI.

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#YoTambiénHuiriaAziza: 74 Latigazos por ser lesbiana en Irán