
Judy e Hillel Salomon en su casa de Berkeley (KALW)
Judy y Hillel Salomon son un matrimonio judío que viven en Berkeley (California) y su historia saltó a los medios hace unos meses, cuando decidieron hacer frente a las políticas restrictivas de migración de la Administración Trump. En concreto, pusieron en marcha los Servicios Judíos de Familia y Comunidad, una entidad sin ánimo de lucro, para que familias voluntarias acogieran a refugiados en sus hogares.
“No sabía cómo iba a responder una familia heterosexual con un refugiado LGTBI”, dice Charlie, pseudónimo de un joven homosexual de Uganda que, sin embargo, hoy llama a los Salomon “papá y mamá”. Hillel es hijo de un superviviente del Holocausto nazi, uno de los mayores crímenes de la Historia, en el que se calculan que murieron más de 11 millones de personas, entre judíos, homosexuales, gitanos y otros colectivos. Una historia que hoy se recuerda con motivo del Día Internacional de la Memoria de las Víctimas del Holocausto, cuando se cumplen 75 años de la liberación de los campos de concentración de Auschwitz y Birkenau.
Charlie y Michael son dos refugiados homosexuales que huyeron de Uganda a causa de su orientación sexual, después de que el Gobierno amenazara implantar penas de muerte para el colectivo LGTBI. Una persecución que tiene paralelismos con la historia que sufrió la familia de Hillel.
La historia se repite
Terror. Esto es lo que sienten Charlie y Michael por el hecho de ser identificados por sus familias. El primero se vio forzado a abandonar su país en 2015, después de ver cómo mataron a varios de sus amigos por su orientación sexual. En Uganda el tiempo corre en contra de las personas LGTBI. Y es que el régimen ha hecho suyo un discurso populista evangelista que quiere acabar con la vida de personas que quieren amar libremente. Ni siquiera tienen seguridad en sus hogares, donde muchas familias han asumido dicho sermón como propio y los consideran personas enfermas.
Como ya hizo el régimen nazi en su día, el país africano prometió hace unos meses recuperar este 2020 el proyecto “ley mata-gais” , con la que introduce pena de muerte a quienes, como Charlie y Michael, amen libremente. A pesar de que este proyecto se vio frustrado en 2009, el Gobierno ugandés ha prometido acabar con el colectivo LGTBI.
La historia continúa repitiéndose en un país donde se ha asumido el discurso de pastores evangélicos y que han jugado un papel clave en la financiación de grupos anti-gay. Los mismos miedos de Charlie también los siente Michael, y como ellos, quienes huyen de una situación de asfixia social. Antes del cariño de los Salomon, Michael vivió un infierno cuando su madre lo encontró en su dormitorio con su novio. Fue entonces cuando empezó a golpearlo. Según ella, y los fanáticos seguidores de este régimen, su hijo iba “en contra de Dios”, y lo amenazaba con arrestarlo o llevarlo a un centro de rehabilitación que ofrecía terapia de conversión. Tenía diecisiete años.
Michael huyó a Kenia, donde conoció a Charlie. Ambos obtuvieron la condición de refugiados y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) los reasentó en Estados Unidos. El odio que desprende el Gobierno mancha todas las situaciones sociales.
Charlie fue desalojado en varias ocasiones por sus caseros debido al temor de éstos por ser penalizados por albergarlo. Le explicaron que sentían miedo por tener trato con un joven homosexual, ya que el actual sistema y la propaganda fuerzan a los ciudadanos a notificar toda orientación sexual LGTBI de su entorno. De lo contrario, pueden ser también acusados ellos, algo frecuente en regímenes que practican el exterminio.
Para este año se espera que más Charlies y Michaels acudan a la Comunidad Internacional para salvar sus vidas. En la actualidad hay más de 70 millones de personas desplazadas en todo el mundo debido a que se han visto forzados a abandonar sus países por vivir historias trágicas, según datos de Acnur.
Sólo en España se recibieron el pasado año 118.264 solicitudes de asilo, un 53 % más que en 2018. Un escenario que se espera recrudecer este 2020, y que, sin embargo, desconocemos cuántas solicitudes lo hacen a causa de su orientación sexual y/o identidad de género, como en el caso de Charlie y Michael. Todavía queda mucho por hacer.
Charlie y Michael cuentan que, aunque se sienten más seguros en Estados Unidos, todavía tienen que lidiar con discriminaciones raciales en sus día a día. “En otra casa, dos jóvenes se mudaron y dieron un paseo por el barrio, y llamaron a la policía. No porque fueran LGBTQ, sino porque eran negros. Así que era algo en lo que teníamos que pensar”, cuentan.
Desde Kifkif trabajamos a diario con casos como los de Charlie y Michael, ayudando a los solicitantes de asilo que se ven forzados a abandonar sus países de origen.