Confinados en casa durante el Estado de Alarma para evitar la expansión del coronavirus, nuestros compañeros han denunciado episodios racistas que han vivido, actos violentos y discriminación social en todas sus formas que se han encontrado tanto, en otros países, o una vez llegados a España.

Esteban. Venezuela. 

Esteban es de Venezuela, un país donde su realidad de hombre trans no tiene cabida al no contemplar, siquiera, el tratamiento que hace posible el tránsito hacia su identidad de género. Hasta tal punto es así, que Esteban no escuchó ningún caso de hombre trans hasta sus 27 años.

Solicitante de protección internacional para poder vivir sin amenazas ni acoso por su realidad, cuando llegó a España empezó a vivir un sinfín de obstáculos y trabas administrativas que le impedían alcanzar su expresión sexual. Cuando inició toda la documentación para acceder al sistema sanitario se encontró con que le estaban pasando una factura de 2.000 euros que cubría las primeras consultas, pruebas y analíticas. “Me explicaron que necesitaba la tarjeta sanitaria para tener atención”, cuenta. Aquí fue cuando vivió episodios de discriminación.

Durante un mes y medio nadie le atendió. Pedía citas para expedición de documentos, oficinas de la seguridad social, comisarías… Todos le decían que se había equivocado de lugar, cuando una persona solicitante de protección internacional tiene acceso a la atención sanitaria. “Había días que, aún tener cita a las 10 de la mañana, me dejaban hasta las 15 esperando, y entonces me decían que ya no me podían atender porque se había pasado el tiempo”, lamenta al mismo tiempo que recuerda que le indicaban que allí mismo le gestionaban la tarjeta sanitaria pero que esperase a otros compañeros del turno de tarde para ser atendido. “Esperaba horas y horas, y cuando por fin parecía que llegaba mi turno, me decían que me había equivocado de oficina”, así durante más de 40 días.

Nadie le daba respuestas. “Me decían que esperase, mientras el resto de personas eran atendidas”. Un personal de seguridad le llegó a preguntar que si su problema era grave como la ruptura de una pierna, a lo que se vio obligado a justificarse diciendo que necesitaba su tratamiento hormonal. “Tuve que demostrar que no era un turista sanitario –tal y como lo llegaron a acusar-”. Para una persona trans su tratamiento hormonal es algo prioritario. En esa odisea por conseguir tramitar la documentación, su novia y él fueron dados de alta en el sistema para tener atención sanitaria.

A Esteban le duró apenas unas horas… “Nadie nos sabía explicar por qué habiendo hecho los mismos procesos, los mismos días, viniendo del mismo lugar, en cuestión de horas rechazaron la solicitud de Esteban”, cuenta Daniela. A día de hoy ni siquiera sabe por qué no consta dado de alta en la seguridad social, según la base de datos del hospital que le atiende, y pone en peligro uno de sus derechos fundamentales: el acceso a la atención médica.

Hoy en día se encuentra tramitando los papeles de su solicitud de asilo y le han pedido un certificado de su entorno que certifique que su realidad es la de un hombre. “Para demostrar que no simplemente me he cortado el pelo y me hago pasar por persona trans”, concluye. Una incoherencia tras otra.  Esta es la realidad y los obstáculos que vive a diario una persona solicitante de asilo por abandonar un país que no le permite vivir su libertad ni su realidad trans.

Jeisy. Colombia

La discriminación no entiende de fronteras. Éste fue el caso de Jeisy, mujer trans de Colombia, que decidió hacer un viaje por distintos países de Latinoamérica para huir del acoso que vivía en su pueblo.  “Durante meses me vi obligada a encerrarme en casa. Todos los días había estado de emergencia que nos impedía salir a partir de una hora a la calle”, cuenta. Segundos de silencio. Retoma su historia para recordar que salir de su casa era poner en peligro su vida.

Cumplidos ya los 26 años, decidió escaparse a varios países entre los que se encontraba Argentina, donde llegó en bus para dejar atrás un pasado lleno de amenazas. En este viaje dos agentes de la policía pararon el transporte y entraron a inspeccionar. Pidieron los pasaportes de los viajeros y cuando llegaron a Jeisy y cogieron el suyo, le preguntaron: “¿Colombia?”. Después asentir, le contestaron con un seco “Ah, pues te bajas ya”.

La llevaron al centro de retención, donde la hicieron desnudarse completamente. “Me trataron mal, trataban mis cosas con desprecio”, narra. Cuando intentaba contestar a las preguntas y cuestionar el motivo de su control, le contestaban con insultos y gritos. “¡Te callas! Porque sino lo haces, te devuelvo a tu país de origen, a tu frontera colombiana”.

Tras este episodio decidió poner fin a su viaje y volverse a Colombia, donde estaría hasta el momento de huir hacia España en la búsqueda de su seguridad e integridad física. No obstante, volvió a revivir un episodio similar cuando, ya en Madrid, se disponía a coger un bus hacia Aranda de Duero. “Dos policías me impidieron cogerlo. Me llevaron a una habitación para interrogarme donde insistían que dónde guardaba la droga”, algo que le hizo revivir el episodio anterior.

Además, explica como una vez en una discoteca de ambiente del barrio madrileño de Chueca no la dejaron entrar por su realidad de migrante trans.

Yasser. Marruecos

Yasser (nombre ficticio) se afincó en España con su familia, en un barrio obrero de Barcelona. Ocultó durante años que era homosexual a todo su entorno porque le amenazaban con darle de lado. Hasta que se atrevió a dar el paso y mostrar su realidad. “Incluso me llegaron a preparar una boda concertada con una mujer”, algo a lo que se negó desde el principio. Hoy vive con su pareja alejado de su familia.

Su camino no ha sido fácil. Recuerda como algunos compañeros de clase durante su etapa de estudios obligatorios le propiciaron comentarios racistas y homófobos. “Moro maricón”, recuerda  que llegaron a comentar. “Cuando uno es un niño tiene discusiones tontas, de recreo, de jugar con otros compañeros. A mí, para callarme, me intentaban herir con esas palabras”, confiesa.

Tuvo que esconder sus sentimientos y su orientación para que lo dejaran tranquilo. Sin embargo, en un local de fiesta de la noche barcelonesa no lo dejaron entrar en una ocasión. “Me explicaban que no querían líos, como si fuera un delincuente”, cuando lo único que quería Yasser era pasar una noche divertida junto a sus amigos, a los que, en cambio, dejaban entrar sin problemas.

Khadija. España

Nuestra compañera Khadija está acostumbrada a tener que mediar  en su día a día con microrracismos tales como “no pareces española”, “que bien hablas español” o  “pero de dónde eres realmente”, aún habiendo nacido en España.

 “Un día fui a comprar arena para gatos”, matiza. No era la primera vez que se había encontrado con personas que le negaban su realidad de mujer española. Fue entonces, cuando la dependienta le preguntó que de dónde era. Ella respondió que de España. “No no, perdona, me refiero que de dónde eres realmente”, insistía la dependienta. “De verdad, que soy de aquí”, repetía Khadija. “Ya ya, quiero decir que de dónde vienes”.

“Lo que la mujer me trataba de decir es que yo realmente no era española… Le expliqué que mis padres son de origen marroquí, a lo que me respondió que hablaba muy bien español para ser marroquí”, lamenta. “En ese momento tienes la opción de callarte, omitirlo o responder, estoy cansada de encontrarme con situaciones así continuamente, mientras que mis padres, no habiendo nacido aquí, hablan mejor español que esa mujer”, explica.

Este tipo de actos responden a una serie de prejuicios establecidos. Así también es el caso de Olger, colombiano LGTBI solicitante de asilo, que en uno de los trabajos se encontró con que la persona responsable le dijo que “no puedes hacerlo porque sois muy lentos”. Ese plural hacía referencia a las personas latinas. Estaba siendo discriminado.

Todo ello demuestra que todavía hay que trabajar mucho para evitar que esta lacra social, que es el racismo, se repita. Desde Kifkif luchamos a diario contra la discriminación en todas sus formas, ya sea institucional o social.

¿Nos ayudas a difundir nuestro trabajo?
Tránsito“Moro maricón”, cuando LGTBIfobia y racismo se dan la mano